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La abadía de Casamari está situada en la Municipalidad de Veroli, a la mitad del camino llamado Strada Mària entre Frosinone y Sora, en un cerro rocoso y peñascoso que desciende gradualmente hacia el río Amaseno, a cerca de 300 metros de altitud.
El monasterio fue edificado en el lugar donde estaban las ruinas del antiguo municipio romano llamado Cereatae Marianae, dedicado a la diosa Ceres y patria, o por lo menos lugar de residencia, de Cayo Mario, del cual derivó su nombre en las épocas posteriores. En efecto, los documentos confirman la presencia una comunidad de monjes benedictinos en este lugar en el siglo XI, bajo la denominación de Casamari.


La gran vitalidad espiritual, social y económica de la abadía no tardó en manifestarse, pero, a principios del siglo XII, experimentó una larga y gravísima crisis debida a la ingobernabilidad crónica y a la dimisión continua de los abades, y causada bien por la decadencia del feudalismo, bien por el desorden político y religioso de la época. Durante el cisma de Anacleto II (1130- 1138), cuando Bernardo de Clairvaux se, hizo promotor de la unidad eclesiástica y llevó a cabo su obra de mediación con gran tenacidad y con la aprobación de Inocencio III, los Cistercienses llegaron a ser conocidos también en Italia, que apreció su espiritualidad y pidió se les enviaran allì, mientras toda Europa miraba y favorecía la prodigiosa expansión de la Orden. En este contexto político y religioso muchos monasterios pidieron que se los incorporase y hasta los papas favorecieron la agregación a una Orden que aseguraba su fidelidad y devoción incondicionada; así, la abadía fue incorporada en la orden del Císter por orden de Bernardo en persona, que la administró como su XXIX hija.
Los Cistercienses comenzaron a construir el monasterio actual según la planimetría típica de la Orden. demolieron unas partes del edificio benedictino, y tal vez destinaron otras a valetudinarium (hospital).
El papa Inocencio III bendijo en 1203 la primera piedra de la iglesia, y los trabajos de edificación, dirigidos por Fray Guillermo de Casamari, duraron hasta 1217. La basílica fue consagrada a 15 de septiembre del mismo año por el papa Honorio III y dedicada a los mártires romanos Juan y Pablo y, según la costumbre de la Orden, también a la Asunción.
Después del período de decadencia del poder politico del Papado, debido en particular a la Cautividad Aviñonesa (1305-1377) y al Gran Cisma de Occidente, las monarquías se afirmaron en toda Europa y hubo una crisis general de las instituciones eclesiásticas, que implicó necesariamente todos los Órdenes religiosos. La vitalidad y la su fulgido ejemplo de vida profundamente inspirada en los valores cristianos, fue perjudicada por la confiscación de sus bienes y por la pérdida de su autoridad espiritual. Casamari sufrió daños muy graves a principios del siglo XV cuando Ladislás de Anjou, después de la expugnación de Veroli, puso cerco al monasterio y lo saqueó.
En 1417 el caudillo Mucio Aténdolo Sforza, que estaba al servicio de la Reina Juana II de Nápoles y aliado del papa, asaltó las tropas de Jaime de Caldora y las del Conde de Mondrisio, partidarios de Braccio di Montone, que se habían atrancado en el monasterio. Durante al choque el ala occidental del edificio sufriría perjuicios, pero además de estos funestos acontecimientos bélicos, la decadencia de este y de otros monasterios fue ocasionada principalmente por la institución de la Encomienda, que el papa Martín V en 1430, extendió a la abadía de Casamari a favor de su nieto, el cardenal Próspero Colonna, y que fue abolida solamente en 1850 por Pío IX. En 1623 la Comunidad, que se había reducido a ocho monjes, adhirió a la Congregación Romana junto con ocho otras abadías. En 1717 el abad encomendero Annibale Albani se interesó por la introducción en la abadía de la reforma trapense, por obra de unos monjes provenientes del monasterio del Buonsollazzo (lit. "Buenconsuelo'), en Toscana.
Durante la primera campaña italiana de Napoleón, algunos soldados franceses que estaban volviendo que Nápoles, con ser acogidos con mucha benevolencia por el prior Simón Cardon, saquearon la abadía y profanaron el Santísimo Sacramento.
Algunos religiosos lograron ponerse en salvo, pero a seis de ellos, entre los cuales al prior mismo, los despedazaron con crueldad mientras estaban cogiendo las hostias desparramadas por tierra. Por eso, fueron considerados mártires del Santísimo Sacramento y, a consecuencia de eso, sepultados en la iglesia. En 1833, los monjes de Casamari recobraron el monasterio de S.Domingo de Sora y, en 1964, también lo de Valvisciolo, que el papa Pío IX había restaurado a expensas propias. En 1873, en virtud de las leyes de supresión, todos los bienes abadengos fueron confiscados y la abadía fue declarada monumento nacional.
Con todos sus altibajos, Casamari sigue una de las pocas abadías cistercienses donde la vida monástica no ha sufrido interrupción alguna desde su fundación, salvo en los años de 1811 a 1814.
En 1916, la institución de los seminarios favoreció el reflorecimiento de la vida religiosa. Tantos jóvenes se encaminaron en corto tiempo para el ideal cisterciense, que la abadía y sus dependencias, en 1929, fueron declaradas Congregación monástica por la Santa Sede. En el mismo año se aprobaron provisoriamente sus Constituciones, que fueron aprobadas y ratificadas oficialmente por el papa Pío XII en 1943 y definitivamente en 1979, después de su adaptación a lo indicado por el Concilio Vaticano II. El Capítulo General se convoca todos los tres años; preside la reunión el abad de Casamari. Los abades duran en su cargo por un período de nueve años.
Pues la evolución del monasterio deriva de la reforma trapense de los siglos XVIII y XIX y de la observancia muy rígida de sus preceptos, la oración comunitaria es muy importante para la vida espiritual de los monjes, especialmente durante la liturgia y el recogimiento. Los monjes consagran la mayor parte del día al trabajo ya las obras caritativas y misionarias: enseñanza, oficio sacerdotal y parroquial en sus propias iglesias o en las parroquias cercanas, trabajos científicos, artesanales y agrícolas. En 1930 la Santa Sede le encargó a la Congregación que introdujera y propagara el monaquismo católico en Etiopía y comenzara la formación del primer grupo de aspirantes etíopes.
El primer monasterio se fundó en 1940: en Etiopía hay actualmente seis monasterios y cerca de 100 monjes. En el intermedio se han esparcido de la casa madre de Casamari otras colonias de monjes que han fundado nuevos monasterios, uno de los cuales en el Brasil y otro en los Estados Unidos. Según la estadística más reciente, la Congregación de Casamari consta de dieciséis monasterios y tres residencias, con 220 monjes.

 

La Cartuja de Trisulti


En Trisulti, monasterio situado al pie del Monte Rotonaria, en la Municipalidad de Collepardo, en la diócesis de Alatri, la vida monástica de la comunidad religiosa empezó gracias a la presencia ya la obra de San Domingo de Foligno, gran reformador y fundador de monasterios benedictinos en el bajo Lacio. Algunos años después del año Mil comenzó a edificar un monasterio maravilloso, del cual nos quedan muchas ruinas y la parte central, formada por la iglesia y la sala capitular desdichadamente dejadas en descuido.
Los benedictinos dejaron el monasterio en 1204, cuando el papa Inocencio III mandó se transfiriesen la abadía y los bienes abadengos a los PP. Cartujos, que enviaron allá a cuatro conversos para que se ocuparan de la edificación de un nuevo monasterio más apropiado para este nuevo género de vida conventual y menos expuesto a la caída de peñas. La cartuja fue construida no lejos del viejo monasterio, ya 25 de septiembre de 1208 los monjes, enviados de la cartuja de Casotto, hicieron su ingreso oficial en la abadía. En 1211 la nueva iglesia fue consagrada y dedicada a S.Bartolomé apóstol por el papa mismo, Inocencio III, que, como señal de benevolencia paterna, mandó le construyeran allí un palacio que todavía lleva su nombre.
El palacio fue restaurado en 1958.
Los trabajos de ampliación, restauración y embellecimiento que han sido realizados sin interrupción durante el curso de los siglos han alterado el aspecto original de la cartuja.
Desde 1947 residen en la Cartuja los monjes cistercienses de la Congregación de Casamari, que la cuidan y continúan dando allí su testimonio de vida inspirada en la santidad, en la oración y en el trabajo.
Con ser un simple priorato sujeto a la abadía de Casamari, la pequeña comunidad monástica infunde el alma y da vida a la antigua cartuja ocupándose de la acogida de los numerosos turistas, interesándose por la educación e instrucción de los seminaristas del Gimnasio y ayudando a los curas de las parroquias cercanas en su actividad pastoral, especialmente en los días festivos.

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